No hay lugar para el fanatismo y el radicalismo en el siglo XXI, no es Europa, no en nuestra sociedad. El infame espectáculo de cartas amenazantes hacia políticos es obra de aquellos que quieren sembrar el miedo en una democracia que parecía haber dejado atrás amenazas terroristas e impuestos revolucionarios. El actual clima de crispación no puede ser utilizado como excusa para revivir viejos miedos y prácticas fascistas que tensen la cuerda de una ciudadanía agotada. El miedo es un arma peligrosa.
La democracia no es negociable, la pluralidad y la libertad no están en venta. Los extremismos no tienen cabida en una sociedad que lucha por salir del oscuro pozo que ha dejado la pandemia a su paso. El país se abre camino hacia una recuperación económica con un escaso consenso político, pero ante las amenazas no cabe sino el rechazo unánime. España no tiene tiempo para discursos de odio y bochornosos espectáculos salidos de películas de sobremesa.
Nos abrimos camino en medio de la penumbra de una situación sin precedentes y que podría dejarnos con 300.000 autónomos cerrando sus puertas este 2021 y con miles de parados más, acentuando la precariedad por la que ya discurrimos. No es momento para desviar la atención sino para aplicar correctamente el llamado Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Las ayudas deben llegar a las empresas que agonizan y que transitan en un mar de lamentaciones en el que es imposible sobrevivir un verano pandémico más.
Canarias contiene el aliento y prepara una recuperación económica, social y generacional que no puede verse empañada por fascismos ni fanatismos. Las trincheras no se crearon para una lucha terrorista, sino para un enemigo invisible que ha sembrado muerte y miseria.
El diálogo y el debate entre los agentes socioeconómicos deben ser los protagonistas de los telediarios, la recuperación no puede cederle protagonismo al odio. El tiempo se acaba.