Transcurridas dos décadas desde que comenzara el nuevo milenio ya nadie, o casi nadie, puede decir que no guarda datos en la nube o que no hace algún uso de ella. Pero lo cierto es que, todavía, muchas personas no son conscientes de dónde y quién almacena y
gestiona sus datos y sin embargo tienen cuentas de Gmail, Facebook, WhatsApp,
Instagram… desconociendo que estas aplicaciones son realmente servicios cloud, reduciendo todo su entendimiento sobre el tema a decir que sus datos están en Internet o, en el peor de los casos, en su smartphone.
Pero la nube no es algo etéreo o indefinido, ni tampoco una caja negra llena de misterios indescifrables en la que únicamente cabe confiar pensando que todo va a ir bien, asumiendo que no tenemos ninguna capacidad de actuación, más allá del mero hecho de usarla.
La nube no deja de ser un servidor conectado a Internet donde se almacenan y gestionan datos. Expresado con esta simpleza, pudiera parecer que esta tecnología transformadora que ha venido a cambiar el mundo, de repente, perdiera todo el glamour y la sofisticación que le ha acompañado desde sus inicios; pero lo cierto es que, llevado a la más mínima expresión, no es más que eso.
Lógicamente, en la práctica es mucho más complejo, y no es sólo un servidor, sino millones de equipos conectados a Internet los que almacenan y gestionan nuestros datos. Estos servidores se encuentran distribuidos por todo el planeta y están controlados, principalmente, por grandes multinacionales, pero también por pequeñas y medianas
empresas; es decir, subir tus datos a la nube no es solo cuestión de Amazon, Microsoft o Google; por suerte, existen otras muchas alternativas.
Hoy nos enfrentamos a una cuestión muy difícil de resolver y a la que tarde o temprano todos, sin excepción, tendremos que dar respuesta: ¿cuál es el mejor lugar para alojar nuestros datos? La solución no es sencilla y requiere de un análisis exhaustivo para identificar la mejor opción para cada caso. Sin embargo, en la práctica nos encontramos con que los usuarios, y las empresas, almacenan sus datos en la nube sin conocer las condiciones en las que los alojan y sin sopesar las consecuencias que podría tener una posible dificultad que les impidiera acceder a su información, de manera temporal o indefinida.
Planteémonos, aunque sea someramente, algunos aspectos que conviene considerar cuando usamos los servicios de la nube. Comencemos por poner el foco en la famosa “letra
pequeña”. La mayoría de las personas no leen los contratos de Google, Amazon, Facebook, Dropbox… Probablemente, si los usuarios leyeran las cláusulas de los contratos de estas multinacionales, lo último que harían sería dejar nada suyo en esos servidores. Nadie, con conocimiento de causa, aceptaría un listado de condiciones leoninas a no ser que no exista, o no conozca, otra alternativa.
A este grado de indefensión consentida, cabe añadirle la gratuidad de muchos servicios cloud. Sobra decir que nada es gratis, y que en esa gratuidad el usuario siempre es moneda de cambio. Sin embargo, y a pesar de todo, claudicamos y admitimos esta cesión de nuestros derechos junto con la propiedad de nuestros datos con tal de acceder a unos servicios en la nube que entendemos necesarios para nuestra actividad.
Son muchas las personas, y también las empresas, que confían en los servicios gratuitos de estas nubes públicas para resolver su día a día. ¿Realmente le damos tan poco valor a nuestros datos y despreciamos las consecuencias de una posible contingencia, o es que simplemente no nos hemos parado a reflexionar sobre el impacto que cualquier incidente tendría en nuestra actividad?
Otro aspecto a tener en cuenta, además del legal, es el lugar físico dónde se almacenan nuestros datos. Hace ya un tiempo, la crisis entre Estados Unidos y China derivada del caso Huawei desató todas las alarmas y llevó a muchas empresas a plantearse qué pasaría si un hipotético conflicto entre Europa y la potencia americana llevara a no poder acceder a los datos alojados en suelo estadounidense. ¿Estamos preparados para una situación como esa? ¿Tiene sentido que la información de nuestros negocios se almacene a miles de kilómetros de nuestras oficinas lejos del amparo de la legislación europea?
Y ante este escenario marcado por el monopolio de las multinacionales nos preguntamos: ¿existe alguna alternativa viable y sostenible para almacenar nuestros datos más allá de los servidores de las grandes nubes públicas? En respuesta a esta cuestión cabe reseñar un
estudio de Gartner, la consultora estadounidense, que resulta esclarecedor al tiempo que esperanzador. Según este informe, actualmente el 90% del tráfico que circula por internet proviene de las grandes nubes de las multinacionales; pues bien, se prevé que para dentro
de dos años esta cifra haya descendido hasta el 50%, derivándose todo ese tráfico a lo que se conoce como Centros de Datos de Proximidad o Edge Data Center.
Estos CPD de Proximidad se caracterizan por tener muy poca latencia, ser cercanos y muy flexibles. Es decir, representan todo lo contrario a la oferta de las grandes multinacionales. En estos Data Center, nuestros datos están cerca de nosotros por lo que podemos acceder
a ellos rápidamente al no tener que cruzar el océano o recorrer media Europa para consultarlos; sabemos dónde están físicamente y podemos hablar con alguien que nos
explique la letra pequeña del contrato, e incluso negociarla; y por último, también es posible adaptar el servicio a nuestras necesidades reales sin tener que acogernos a un producto estándar.
La transformación digital obliga a las empresas a disponer de una estrategia bien definida sobre el uso que preveen hacer del cloud para no incurrir en costes innecesarios pero, sobre todo, para sacarle el máximo partido a las ventajas que ofrece la nube.
La tendencia hacia un modelo basado en nubes híbridas que combinen el cloud privado junto con la utilización de las grandes nubes públicas, se presenta como la opción más
eficaz para digitalizar y virtualizar la infraestructura de nuestra compañía.
En todo este proceso de cambio es muy importante no perder nunca el control y la propiedad de nuestros datos porque, en la nueva economía digital, son el activo más valioso de la empresa, y como tal, debemos dedicarles todos los recursos que se precisen para que realmente sean el auténtico motor de nuestro negocio.
Jorge Alonso
CIO de Velorcios Group