15/10/2024

La política de vivienda socialista: paraíso prometido, infierno real
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Las utopías socialistas es lo que tienen: cuando se ponen en práctica, los paraísos prometidos resultan ser infiernos. La izquierda se presenta como la gran aliada de los intereses del […]

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Las utopías socialistas es lo que tienen: cuando se ponen en práctica, los paraísos prometidos resultan ser infiernos. La izquierda se presenta como la gran aliada de los intereses del pueblo, pero lo que precisamente le falta es calle. Mucha calle. Sobre el papel, sus recetas son maravillosas, mágicas: en la pizarra ganan todos los partidos. Pero como decía el genial filósofo inglés Michael Oakeshott, gobernar olvidándose de la realidad, plantear la gestión pública sin hacer caso de la experiencia acumulada, ignorando los hechos probados, como si la voluntad del legislador fuera por sí misma suficiente para darle la vuelta a las cosas como un calcetín, acaba siempre en un profundo desastre. Es como pretender que uno sabe cocinar después de haber leído un libro de recetas y sin haber cogido una sartén en toda la vida.

Porque a sus políticas les falta mucha calle, la izquierda gobierna siempre en contra de los intereses de la calle. Con las políticas de vivienda, se ha vuelto a demostrar.  La ley impulsada por Sumar ha sido un fracaso absoluto, que solo ha servido para encarecer el alquiler y alejar más a los jóvenes del prometido acceso a la vivienda. Pero no es ninguna sorpresa. Se trata de la crónica de un fracaso anunciado, algo se sabía que iba a pasar, que todos los actores del sector advirtieron. El Gobierno de Sánchez ha convertido a los okupas en amigos y a las familias y modestos ahorradores en especuladores sospechosos. Asimismo, en lugar de promover la actividad inmobiliaria, ha puesto al sector promotor y de la construcción todas las piedras que ha encontrado en el camino. Debe de ser que no es un sector lo suficientemente cool para este gobierno de progreso imparable al empobrecimiento.

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La solución al problema de la vivienda de los jóvenes no está en la política del libro, no está en el intervencionismo del mercado de la vivienda, no está en la identificación de falsos enemigos y por supuesto no está en la inseguridad jurídica y la amenaza a la propiedad. Se equivoca Sánchez entregándose a la demagogia más sectaria de la izquierda radical, y coqueteando con la causa de los movimientos ocupas. Se equivoca incluso electoralmente porque su bolsa de votantes está llena de pequeños ahorradores que invirtieron el dinero ganado con su esfuerzo en segundas propiedades que son el colchón para su jubilación o un bien merecido espacio para su esparcimiento (y en muchos casos, ambas cosas). Esos modestos propietarios pueden olvidar muchas cosas, pero que pongan en peligro el fruto de su trabajo, eso no lo van a perdonar.

La propiedad es sagrada, no se toca, y es garantía de libertad, el primer pilar sobre el que se sostiene el edificio de la democracia, como bien argumentó Locke y, detrás de él, todos los autores que, con sus ideas políticas pioneras, ganaron la soberanía y el gobierno para el pueblo. La solución al problema de la vivienda de los jóvenes pasa justamente por lo contrario de las políticas que está practicando el gobierno de Sánchez: refuerzo de la propiedad y la seguridad jurídica, recuperación inmediata de las viviendas para sus legítimos propietarios, devolución de la confianza en el mercado inmobiliario a los inversores, disposición de bolsas de suelo para la construcción de viviendas, fomento del parque de viviendas en alquiler, garantías para arrendadores y arrendatarios, promoción de la vivienda protegida y fomento del empleo y ayudas para los más jóvenes.

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La solución al problema de la vivienda pasa por las políticas que está ensayando en Andalucía el Gobierno de Juanma Moreno, que con acierto ha dicho en el Parlamento que el acceso a los jóvenes depende fundamentalmente de algo muy sencillo: que por cada demandante de una vivienda, haya cinco en oferta. Dando facilidades y dinamizando al sector inmobiliario, devolviendo la confianza a los inversores, otorgando seguridad a los pequeños propietarios, blindando la propiedad frente a los sinvergüenzas que ocupan las casas, se fomentará la construcción de vivienda, se reforzará la oferta y, con ella, las posibilidades de los jóvenes de acceder a ella.

Las políticas restrictivas, basadas en la injerencia y en el intervencionismo de la izquierda radical, ignoran la realidad, que es la de jóvenes con problemas para acceder a la vivienda, pero también la de pequeños propietarios que se niegan a que nadie mande sobre su vida, su dinero y sus inmuebles, y por supuesto la de inversores que huyen de los mercados expuestos a la inseguridad jurídica, la demagogia política y el flirteo con los movimientos que amenazan la propiedad.  Sánchez no pisa la calle, porque cada vez que lo hace sin prepararse el decorado y el público, y aún preparándoselo, recibe el abucheo que sus políticas se merecen. Pero en este caso es preciso que lo haga y se enfrente a los paupérrimos datos que arrojan sus políticas, y a la desesperación de familias que han visto ocupadas sus casas, y a la frustración de los jóvenes a los que se les prometió el paraíso de una vivienda fácil y se encuentran con que las cosas están peores que nunca.

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En lo que nunca defrauda la izquierda es en defraudar. Las políticas de vivienda de Sánchez y sus socios son un fraude tan mayúsculo como todas esas utopías que, prometiendo el paraíso, solo condujeron hasta el infierno.

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