21/11/2024

¡Quien hace la ley hace la trampa!
¡

Escribir un artículo en agosto siempre es complicado porque las situaciones sociales o noticias tienen relación con cuestiones jurídicas. Esas situaciones desaparecen en un mes como agosto. Mes en el […]

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Escribir un artículo en agosto siempre es complicado porque las situaciones sociales o noticias tienen relación con cuestiones jurídicas. Esas situaciones desaparecen en un mes como agosto. Mes en el cual la mayoría de abogado estamos ejercitando nuestro derecho vacaciones. Mes en el cual nuestra cabeza piensa en todo menos en estar delante de un ordenador escribiendo.  Sobre todo cuando el año pasado, por la gracia del Sr. Ministro, no las tuvimos.

¡Piense el lector que hasta el Sr. Presidente atiende la crisis de Kabul en alpargatas!

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Partiendo de estos antecedentes, no pueden esperar nada más que una reflexión superficial, playera de chola y caña, en un chiringuito.

En estos tiempos de noticias efímeras, mientras escribo este texto, el “hit” del momento es la foto de C. Tangana en un yate con muchas mujeres en bikini. Cuando este escrito se publique estará en el olvido y habrá otro escandalo moral. No me cabe duda que vivimos en un refrito de la sociedad victoriana inglesa adaptada a la España actual.

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España, lugar donde este neopuritanismo moral y revisionismo histórico triunfa sobre las libertades de hacer lo que a cada uno del venga en gana, dentro de la ley y el orden.

Mientras tanto, la luz marca día a día máximos históricos, llenar un depósito de gasolina cuesta lo mismo que abrir una mina en el Perú y hasta van a introducir multas por tener el coche parado en un arcén.

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Este año vuelvo de unas breves vacaciones a mi Galicia natal con una efímera escapada a la Asturias de don Pelayo, en un exitoso intento de huir de la ola de calor.

En estos breves días me he reencontrado con amigos de la infancia. Reencontrado con un reencuentro telúrico, que diría Otero Predrayo. Me he reencontrado con lugares de la infancia, pero también me reencontré con la Galicia moderna de grandes infraestructuras de comunicación entre las diferentes zonas. Me reencontré con la Galicia del peregrino, que abarrota todos los lugares, donde la transformación del primario a al sector servicios avanza rápidamente. Me preguntan por Canarias, ¿qué restricciones tenéis allí?¿Cómo están los hoteles? ¿Cómo va la cosa?

También me encontré con restricciones absurdas y con la necesidad de preguntar a cada momento: ¿qué obligaciones tenemos aquí?

Tres comunidades autónomas he visitado este mes. En Galicia, hasta había restricciones por municipios. ¿Cómo una persona normal puede conocer todas y cada una de las regulaciones para cumplir con las fantásticas y eficientes normas para evitar las “olas”?

El día anterior a escribir este artículo fui a cenar con unos amigos, en una terraza, con nuestras mascarillas. La cena se alargó. Ni confirmo ni desmiento la existencia de GinTonics galaicos en la mesa. En Galicia las casas de comida tienen un límite de la 1 am. La policía municipal parada a las 00:50 en una calle.

A la espalda del coche de la policía un pub abierto, local cerrado, con autorización hasta las 3 am, según me cuentan. La policía se persona en nuestra casa de comidas a las 00:59 para pedir información de por qué no está cerrada y por qué los últimos ocupantes, nosotros, estábamos bebiendo y sin mascarilla a esas horas en la terraza. Salimos para evitarle un lío a Lorenzo, el dueño del bar.

Pasan tres coches tunning reventando la carretera. Dos trompos para aparcar.  El Ford Foccus verde lima acelera a fondo pero no consigue culminar el trompo. La policía no se fija en ellos, los conductores llevan mascarilla y van al pub con licencia hasta las 3 am. Se nos acercan las fuerzas y cuerpos de seguridad municipal.

Policía: ¿Las copas de plástico que sacaron del bar llevaban alcohol?

Nosotros, (gente de orden y de bien): No, no. Kas de limón.

Policía: Vayan para casa que hay una pandemia. ¡No se olviden de las mascarillas!

La gente de orden y de bien: ¡A sus órdenes, mi general!

Los políticos se preocupan de establecer unas normas absurdas en la mayor parte de los casos y focalizan sus preocupaciones en hacer parecer que hacen algo. ¡Cierre de la hostelería!, ¡Restricciones!; ¡titulares de última hora!

He visto cientos de personas en una Galicia que es un parque temático para quienes no llevan mascarillas al aire libre por el medio del monte y en la playa vestidos de peregrinos.

He visto restricciones carentes de lógica, incumplidas constantemente, en una huida a la libertad. Pero lo más preocupante es que he visto gente atemorizada del virus cumpliendo unas cosas de lo más absurdo como, por ejemplo, entrar en playas con mascarillas. No descarto a políticos defendiendo el burka como la madre de las mascarillas anticovid después de la crisis de Afganistán.

Llego al Aeropuerto de Santiago de Compostela. Me encuentro con un amigo de la universidad que ahora es coordinador de una compañía aérea. Tengo la gran fortuna de verlo en cada viaje. Creo que no puedo tener un viaje completo a Galicia sin tomar pulpo, empanada, crema de orujo, visitar y presentar mis respetos al Apóstol y saludar a mi amigo en el aeropuerto. Hablamos.

Me cuenta el cambio desde la nada de viajeros al actual colapso de masas jacobeas enfurecidas, viajando a Galicia desde julio. Las masas no deben de conocer que es Santiago Matamoros porque entonces alguna mente privilegiada lo prohibiría al amparo de la Ley de Memoria Histórica.

Mi amigo me cuenta, con alarma y preocupación, la problemática del turismo con los test covid, los certificados de vacunación y la sensación del traslado de la responsabilidad a una empresa privada de exigir información de salud y denegar embarques por no acreditar certificados: ¿quiénes somos para exigir datos de salud, Luis?

Vengo con una energía astur renovada de mi visita a la Santina. Debemos, como Don Pelayo, reconquistar los derechos perdidos en una gestión política muy mala tirando a nefasta. Los Tribunales Superiores de Justicia vienen resolviendo que no son ajustadas a derecho las normas restrictivas de derechos dictadas después de haber tenido un ¡estado de alama inconstitucional! No pasa nada. Debe ser normal tener encerrado a un país bajo una norma inconstitucional.

Desde la calle, la gente ve con asombro y resignación los despropósitos legislativos pero las multas de 300 € en adelante los/nos tiene sometidos. El sometimiento a través de las sanciones no nos deja margen para respirar. Insisto sin ánimo de ser repetitivo, dictan normas inconstitucionales, normas no ajustadas a derecho y no hay responsabilidad de la administración, ni dimisiones.

Se me acerca la azafata mientras escribo:

– Disculpe caballero, debe ajustarse mejor la mascarilla. Debe ponerse los dos estribos del bozal.

– ¡Pero si está ajustada solo me quité una de las correas porque me duele la oreja!

  • Lo lamento, pero son las normas. Pero tome un caramelito que para comerlo sí está permitido sacarse la mascarilla y permanecer sin ella.

Como dice el dicho popular: ¡Quién hace la ley, hace la trampa!

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