En Andalucía, la economía no siempre se mide solo en números. Se respira en las calles. Se escucha en una saeta al caer la tarde. Se saborea en una caseta, con el compás de unas palmas por sevillanas. Aquí, las tradiciones no son solo historia o cultura: también son futuro, trabajo y oportunidades.
La Semana Santa, la Feria, las Cruces de mayo, el Rocío, las verbenas de barrio, las fiestas de los pueblos… son parte esencial de nuestra identidad. Pero también lo son del motor económico que mantiene vivo nuestro tejido productivo, en especial el turístico, que representa el 12% del PIB de Andalucía y emplea a más de 400.000 personas, según datos presentados el pasado año por la Junta de Andalucía, la CEA y la Universidad Loyola Andalucía.
No hay primavera en el mundo como la nuestra. Y eso tiene consecuencias directas: el pasado año, la Semana Santa generó más de 470 millones de euros en ingresos para el sector turístico en la comunidad. La ocupación hotelera rozó el lleno absoluto, los restaurantes trabajaron sin descanso, los taxis hicieron jornadas maratonianas y cada tienda del centro sintió la alegría del paso firme de quienes nos visitan.
Y luego llega la Feria, nuestras ferias. Cada una con su acento, pero todas con una esencia común: generar riqueza en torno a lo que mejor sabemos hacer, que es acoger, disfrutar y compartir.
Hay quienes miran estas fiestas desde fuera y ven solo luces, volantes y copas en alto. Pero quienes estamos dentro sabemos que detrás de cada traje de flamenca hay una costurera, una pequeña tienda de tejidos, una modista. Que detrás de cada tapa hay una plantilla de cocina. Que por cada flor en el pelo hay una empresa de logística, de montaje, de servicios. Que por cada silla de enea y cada copa de vino hay una cadena de proveedores y un buen puñado de autónomos que pueden seguir adelante gracias a estas fechas.
El turismo en Andalucía no es solo sol y playa, aunque también. Es sentimiento. Es olor a incienso y azahar, es el color del albero, es una guitarra que suena en la calle sin escenario. Y ese turismo emocional genera valor añadido, fideliza visitantes, nos posiciona como destino de calidad y permite que miles de empresas pequeñas y medianas crezcan y se mantengan.
Yo misma, desde mi experiencia en el sector turístico rural, he comprobado el poder de atracción de nuestras costumbres. Cada vez que una familia reserva en mi complejo en Semana Santa o para vivir la romería de un pueblo vecino, lo hace buscando una experiencia única. Y cada una de esas reservas es empleo, consumo local y arraigo.
Lo que somos, vende. Y mucho. Pero para que siga vendiendo, hay que cuidarlo.
Hay que proteger nuestras tradiciones no solo por lo que representan en lo emocional, sino por lo que aportan a nuestro tejido empresarial. Las instituciones deben entender que apoyar y poner en valor nuestras celebraciones es apoyar al comercio local, al turismo sostenible, a la hostelería, al emprendimiento joven que quiere montar una empresa de servicios culturales, de rutas guiadas, de gastronomía local.
Queremos ferias con futuro, semanas santas vivas, verbenas llenas de luz. Pero también queremos planificación, inversión, colaboración público-privada y una visión clara del potencial de estas tradiciones como motor económico.
Porque si se protege la tradición, se protege al artesano. Si se protege al artesano, se impulsa al autónomo. Si se impulsa al autónomo, se fortalece la empresa. Y si se fortalece la empresa, se genera empleo. Es una cadena que empieza en el corazón y acaba en la economía.
Andalucía es emoción, pasión, raíces. Y también es estrategia, talento, visión. ¿Acaso hay algo más poderoso que saber de dónde venimos y convertirlo en futuro?
Por eso, cuando veas una procesión cruzar tu calle o escuches un cante en el Real, piensa en todo lo que hay detrás. Piensa en el joven que decide quedarse en su pueblo para montar una casa rural. En la mujer que se lanza a emprender con una firma de moda flamenca. En el carpintero que vuelve a tener carga de trabajo. En la camarera que logra estabilidad. En los niños que, sin saberlo, están aprendiendo que de nuestras tradiciones también se vive.
Tradición y economía. Raíces y progreso. En Andalucía no están reñidos. Más bien, se dan la mano. Y mientras haya albero, incienso y feria, habrá también motivos para creer en un futuro con acento andaluz.