Todos los meses, la directora de Tribuna de Andalucía, Celia Día, nos envía un mensaje en el que nos comunica a los colaboradores, a qué tema especial estará dedicado el número del mes y, por supuesto, dándonos total libertad para escribir sobre lo que queramos.
Suelo ajustarme a sus indicaciones. Es más, ya estaba comenzando a documentarme sobre el tema elegido: “COMERCIO EXTERIOR Y EXPORTACIONES”, cuando el pasado 29 de octubre ocurrió lo que nadie esperaba que ocurriese: “la peor gota fría del siglo”, como ya se conoce, asolaba varias zonas de España, como Castilla La Mancha y Andalucía, pero con especial virulencia en Valencia.
La reciente DANA ha dejado a su paso una devastación de dimensiones incalculables. Con un millón de afectados, las pérdidas materiales aún son difíciles de cuantificar, y las pérdidas humanas son desgarradoras: 222 fallecidos (hasta el momento en el que estoy escribiendo este artículo), de los cuales 214 son en la Comunidad Valenciana, 7 en Castilla La Mancha y 1 en Andalucía. Y la búsqueda de desaparecidos continúa.
El Gobierno ha aprobado un Decreto Ley para adoptar medidas urgentes en las 78 localidades afectadas, con un presupuesto de 10.600 millones de euros. Sin embargo, es difícil imaginar que cualquier cantidad pueda aliviar el sufrimiento que persiste entre los damnificados.
En las zonas más afectadas, la vida ha quedado paralizada. Muchos dicen que sin vida. Negocios destruidos, viviendas arrasadas y una sensación de desolación que lo invade todo.
Los habitantes, que en su mayoría viven al día, se encuentran ahora sin recursos para reanudar sus actividades cotidianas. “No tenemos nada”, es la frase más repetida por todos los que han vivido esta situación que muchos han definido como difícil de creer porque es imposible pensar que es real, pero resulta que lo es.
El tiempo y el espacio se paró en un amplio terreno que ha tenido la inmensa fortuna (sí, lo han leído) de recibir la ayuda de voluntarios que han ido llegando en una oleada incesante desde todos los rincones, no sólo de nuestro país, para llevar lo más valioso con lo que contaban. Miles de jóvenes que reconocidos como “Generación Z”, ahora deberían ser “Generación S” de SOLIDARIDAD, dando una lección al mundo de que cuando nadie esperaba nada y el tiempo se paró, ellos han estado ahí los primeros.
Hacen de todo, trabajando de manera incansable para despejar calles y remover escombros. Llevan comida a los que no pueden salir de sus casas, juegan con los más pequeños para entretenerlos un poco y sacarlos de un lugar que “parece Beirut pero sin guerra”, cómo afirmaba un hombre sin nombre de los muchos que estamos escuchando estos días en los distintos informativos.
A pesar de los esfuerzos, la sensación de abandono y ruina persiste. Los testimonios de los afectados son desgarradores porque sin esta nueva “GENERACIÓN S”, algunos dicen que estarían abandonas, solos y desasistidos.
La magnitud de la tragedia es tal que aún no se conocen las cifras exactas de los daños. Miles de familias han perdido sus hogares y medios de subsistencia, y el impacto psicológico es incalculable. La población no ha tenido tiempo de procesar el duelo, y ahora se enfrentan a la ardua tarea de empezar de cero.
A todo esto, hay que sumar que el riesgo para la salud aumenta cada día. En muchas calles, el olor a putrefacción es insoportable debido a los restos orgánicos que se descomponen en el lodo, y que ha obligado a que todos lleven mascarillas y guantes ante el riesgo de contraer algún virus y se expanda el contagio.
Y ante tanta destrucción, la misma pregunta: ¿por qué fallaron los sistemas de detección de fenómenos meteorológicos?
Y sí, efectivamente no funcionaron ante una precipitación de 300 litros de agua en pocas horas. Nadie se anticipó a lo que vendría después: una falta de respuesta que ha agravado la frustración y el dolor de los vecinos.
La DANA ha transformado el paisaje, con 100,000 coches inutilizables esparcidos y apilados por todos lados. Locales que antes albergaban una mercería o una asesoría, se han reconvertido en centros de reparto de comida para atender las necesidades urgentes de la población, y las casas en las que vivía familias, han sido arrastradas por la fuerza del agua con muchas de ellas dentro.
Lugares como Paiporta en la comarca del Hortasur, con más de 29.000 habitantes, se despertó el 29 de octubre sin saber que en pocas horas dejaría de ser lo que era cuando el barranco Pollo se desbordó.
Durante días, los habitantes han estado incomunicados, sin luz ni agua corriente, teniendo que esperar más de una semana para ver al Ejército desplegado por sus calles; y aunque actualmente hay movilizado 7.800 militares, para muchos esta cifra sigue siendo insuficiente.
La situación en Paiporta, es especialmente dramática. Todos los comercios están destrozados y nadie sabe cuándo podrán regresar a la normalidad. Los negocios, en su mayoría, no tienen fecha de reapertura porque primero tendrán que limpiar, luego reconstruir y finalmente montar el comercio de nuevo, algo que muchos ni se plantean porque han quedado totalmente arruinados y no sabrán cuánto recibirán la indemnización correspondiente, tanto por parte de sus seguros como por la del Consorcio de Compensación de Seguros.
La Cámara de Comercio calcula que hay unas 50.000 empresas afectadas en los 75 municipios, de los cuales 15 se encuentran en la llamada ”zona cero” de la riada, donde prácticamente ningún establecimiento ha resistido ante las toneladas de escombro que se han quedado depositadas una vez han bajado las aguas.
Las bibliotecas trabajan para salvar los pocos libros que han quedado ante tanta devastación. Las fotos que guardaban recuerdos y momentos imborrables se han perdido. Los centros sanitarios y farmacias no pueden dar servicios.
Todo un pueblo está demostrando al mundo entero que juntos pueden, pero también lanzando un grito de auxilio para que las distintas administraciones, a esas a las que tanto se han echado de menos en estos días, se pongan de acuerdo y hagan lo que se espera de ellos: salvar la situación.
Una situación en la que han estado más que presente los Reyes de España que, aún siendo increpados y tirado barro; se acercaron a todos, dieron explicaciones casi sin saber qué decir. Abrazaron sin descanso y también sin descaso no pararon de pedir perdón.
Yo, personalmente me quedo con el momento en el que los más pequeños han vuelto al colegio, retornando a su rutina y a una normalidad que ya nunca será igual. Pero ellos, los que suponemos viven ajenos al dolor han dado ejemplo dejado a un lado los juegos para limpiar el barro con esa fuerza imparable que tienen los niños de sacar una sonrisa incluso en los peores momentos
Y sí, volverán a ser lo que eran, porque los españoles somos los que mejor sabemos cómo salvarnos, pero no podemos dejarlos abandonados. Y en esto los medios de comunicación tenemos una gran responsabilidad porque en nuestros manos está contar la verdad lejos de los bulos y el ruido que nos aleja de ellos, porque ellos, son los miles de hombres y mujeres que lo único que piden es volver a la normalidad.
Personas que caminan en medio de una oscuridad que parece no tener fin y que hoy, más que nunca, reivindican el orgullo de un pueblo al que se debe devolver la esperanza sin tenerla que pedir.