“¿Hundirá la crisis energética a la industria europea?”. No querría ni mucho menos parecer ni agorero ni insensato planteando semejante cuestión. Aunque no creo que la complicada situación por la que pasa el mercado energético europeo vaya a acabar hundiendo nuestra industria, parece obvio que la misma está pasando por un momento cuanto menos comprometido, que parece que se prolongará durante algún tiempo.
El interrogante con el que abría este artículo es el título de un artículo que publicaba el pasado 17 de octubre, el prestigioso periódico británico, especializado en noticias internacionales de negocios y economía, Financial Times. El artículo estaba firmado por varios autores entre los que destacaría a la ínclita editora de la sección “International Business” Peggy Hollinger.
Está claro que la inflación y el incremento de precios, sobre todo energéticos, supone en estos momentos uno de los problemas más serios por los que está pasando Europa. El mecanismo que habitualmente se utiliza para abordar los problemas de inflación, suele ser la política monetaria restrictiva, tal y como están haciendo la gran mayoría de Bancos Centrales de las economías “serias”, que están subiendo los tipos de interés para contener la inflación. En las últimas semanas el Banco Central Europeo ha elevado el tipo de interés al 2%; la Reserva Federal estadounidense al 4% y el banco de Inglaterra al 3%. Todas las autoridades monetarias coinciden en que las subidas continuarán en tanto en cuanto no se ataje el problema.
En situaciones de inflación de demanda, las subidas de tipos de interés suelen funcionar bastante rápido y tienen efectos más inmediatos. Pero cuando nos enfrentamos a una situación de inflación de oferta, la política monetaria restrictiva suele funcionar más lentamente. Además suele ser necesario combinarla con políticas de oferta que contribuyan a mejorar la competitividad del tejido productivo. En España, sin embargo, estamos planteando subidas de impuestos a eléctricas y entidades financieras y ahuyentando a potenciales inversores con nuevos impuestos que graven su riqueza. Una parte de nuestra inflación tiene su origen en la guerra entre Rusia y Ucrania y en las distorsiones que se están produciendo en las cadenas logísticas de suministro de materias primas, energía, etc. En este contexto, el BCE ya ha avisado que las subidas de tipos moderadas no serán suficientes para controlar los precios, por lo que posiblemente será necesario provocar una recesión más profunda para enfriar la economía y poner en marcha medidas adicionales.
Los últimos años de exceso monetario, tipos negativos y compras masivas de deuda por parte de los bancos centrales, han provocado un gran daño en la economía. En la situación actual, no queda otra que seguir apostando por una política monetaria restrictiva, pues es preferible soportar un enfriamiento severo de la economía, que asomarnos al precipicio de la estanflación. La estanflación es la combinación de inflación y tasas de crecimiento del PIB muy bajas o negativas. En la teoría económica tradicional era una situación que no podía darse, pues inflación y caída del PIB eran problemas incompatibles. Pero la economía moderna ha demostrado que se trata de una situación bastante seria que puede darse en aquellas economías libres en las que simultáneamente se da una intervención regulatoria por parte de los gobiernos.
Pero volvamos al problema con el que abríamos esta tribuna. Peggy Hollinger afirma en su artículo de Financial Times que “mientras las empresas se atrincheran para un largo invierno, los ejecutivos y políticos temen una ola de desindustrialización”. Gran parte de la industria europea, sobre todo países como Alemania, Francia, España o Italia, tiene una dependencia muy importante del gas. Esta dependencia del gas, cuyo precio se espera que vuelva a repuntar durante el invierno, está provocando una caída de la producción industrial en muchos países europeos. Hay industrias que, para evitar producir a perdidas, se han visto abocadas a parar su producción. Esto ocurre cuando resulta imposible trasladar al precio los incrementos de costes energéticos, pues el mercado no cuenta con la demanda suficiente para absorber la oferta a precios más altos. Esta fue una situación bastante generalizada que pudo verse en algunas industrias españolas y europeas durante el primer trimestre de 2022. Por el contrario, cuando las industrias repercuten las subidas de los costes energéticos a los precios, se agravan aún más los problemas de inflación que apuntamos en los párrafos anteriores.
Por otro lado, cabe señalar que con los precios del gas que se han alcanzado en los últimos meses, algunas compañías industriales se han llegado a plantear volver a usar combustibles fósiles en sus procesos productivos, con el riesgo que ello conlleva para el proceso de descarbonización en el que Europa se encuentra inmersa. En este sentido encontramos dos posicionamientos diferentes. Unos consideran que la UE debería plantearse la ampliación de los plazos autoimpuestos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Otros ven en la subida de los precios de la eléctricos, la oportunidad perfecta para acelerar la reducción de emisiones de CO2 y el proceso de transición energética. El mayor problema es que esto requeriría de inversiones multimillonarias que las industrias no tendrían más remedio que trasladar a los precios finales.
En definitiva, la industria europea debería plantearse muy seriamente algunas cuestiones. En primer lugar sería positivo intentar buscar un equilibrio entre los plazos vigentes para cumplir los objetivos de neutralidad climática y el contexto económico actual. En segundo lugar habría que retomar el debate de la energía nuclear en todos los países de la Unión Europea, incluido el nuestro. Finalmente resultaría imprescindible localizar nuevos proveedores energéticos que se considerasen fiables y negociar con ellos nuevos contratos de suministro energético. Mientras nos decidimos, la industria europea seguirá en riesgo.