No, que emprender no sea construir una catedral, y no lo digo como mensaje a la administración pública para que facilite y motive todo lo posible las acciones de emprendimiento, que también, pero esta vez, no hay excusa, es un mensaje a nosotros mismos, a los emprendedores, simplifique cada paso, y dejará de ser una catedral, no te paralizarás.
El emprendimiento ha alcanzado un estatus casi mítico, presentado como la clave del éxito, la independencia y la realización personal. Y no por ello, menos cansino. Muchos emprendedores comienzan con la idea de construir algo grandioso y duradero, comparando este proceso con la construcción de una catedral: un proyecto monumental que requiere perfección en cada detalle.
Aunque esta visión puede parecer motivadora, en realidad puede convertirse en una trampa, de hecho, se convierte en trampa. Emprender no debería ser como construir una catedral, sino algo más ágil, adaptable y enfocado en avanzar, no en alcanzar la perfección desde el inicio. Lo que se dice en todas las charlas, por tantos que no han emprendido, pero que luego no es llevado a la práctica.
Lo mismo es que del dicho al hecho, hay un…lo mismo es que no hace falta tener la sociedad constituida, eso que da tanto miedo, la constitución de una sociedad, hasta que se tiene al primer cliente firmado, he incluso, llevado a la máxima, justo antes de cobrar del cliente, os suena eso de la validación del modelo, ahí sí que estará el modelo validado. Y sí, todo dentro de la absoluta legalidad.
La idea de que emprender es como construir una catedral lleva a muchos a esperar a que todo esté perfecto antes de lanzar su idea. Cada detalle debe estar calculado, cada posible error previsto. Este enfoque, sin embargo, conduce a la parálisis por análisis: el emprendedor queda atrapado en la fase de planificación, ajustando cada aspecto y perdiendo tiempo valioso mientras otros ya están en el mercado. En el mundo actual, donde la rapidez y la adaptación son fundamentales, esperar a la perfección puede ser un error que cueste caro.
No le dediques a tu logo más de 15 minutos, sí, más lo está perdiendo del siguiente paso, y recuerda, no te enamores ni de tu logo ni de tu idea, al menos, hasta que hayas cobrado de tu primer cliente. Todos nos hemos enamorado, esto es como el no te cases.
Una alternativa mucho más efectiva es adoptar una mentalidad de “producto mínimo viable” (MVP), popularizada por el método Lean Startup, a lo que podemos llamar, “a la calle ya”. Este enfoque se basa en lanzar al mercado una versión inicial del producto, aunque no sea perfecta, y luego mejorarla con base en el feedback real de los usuarios. Muchas empresas exitosas, como Amazon y Airbnb, comenzaron con ideas sencillas y productos imperfectos, pero funcionaron lo suficientemente bien para permitirles aprender del mercado y crecer. Catedrales como Amazon o Airbnb se gestionaron para no serlo, y terminaron siendo catedrales.
El problema con la perfección es que tiende a hacer el proceso de emprendimiento mucho más lento de lo necesario. Las catedrales tardan décadas o siglos en construirse porque su objetivo es la permanencia y el detalle perfecto. Pero un negocio debe ser más dinámico y flexible. No se puede prever todo desde el principio; la mayoría de los errores y aprendizajes solo se hacen evidentes cuando el producto ya está en manos de los clientes. Intentar crear algo impecable antes de lanzarlo al mercado es irreal y puede ser una pérdida de tiempo. Puesto que lo impecable sólo está en la cabeza de quien nos compre, no en la nuestra, por lo que nunca, sin clientes de por medio, iremos mejorando nuestra versión de “a la calle ya”.
Lo más importante en el emprendimiento es la capacidad de adaptación. Las catedrales, una vez terminadas, son estructuras fijas, incapaces de cambiar. Los negocios, por el contrario, deben ser lo suficientemente ágiles para pivotar cuando sea necesario. Empresas como Twitter y Slack no comenzaron con las ideas que finalmente las llevaron al éxito. Twitter empezó como una plataforma de podcasting, mientras que Slack era parte de un proyecto de videojuegos que no despegó. En ambos casos, los fundadores tuvieron la flexibilidad de cambiar de rumbo en función de lo que el mercado demandaba, algo que no habrían logrado si se hubieran aferrado a su visión original como si fuera una catedral.
El éxito en el emprendimiento no depende de lanzar algo perfecto, sino de aprender y mejorar a medida que se avanza. Lanzar un producto imperfecto no es un fracaso, sino el primer paso hacia el aprendizaje real. Lo más importante es estar en el mercado, recibir feedback y mejorar. La perfección es inalcanzable, y esperar a que todo esté impecable solo retrasa el progreso.
Un emprendimiento exitoso es aquel que evoluciona. A diferencia de una catedral, un negocio debe ser una entidad viva que cambia con el tiempo. Intentar hacer algo perfecto desde el inicio es una tarea imposible y frustrante.
Las empresas que triunfan son las que se adaptan, las que tienen la capacidad de reconocer lo que no funciona y corregir el rumbo. Lo mismo no hay tanta diferencia entre emprender y montar una empresa tradicional, lo mismo, es que es lo mismo. Disculpad la redundancia, así se ve mejor.
Al final, la rapidez con la que se aprende y se ajusta puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso. En lugar de obsesionarse con construir una catedral perfecta, los emprendedores deben concentrarse en lanzar, adaptarse y mejorar con rapidez. Mientras algunos pierden tiempo perfeccionando cada detalle, otros ya están ganando experiencia en el mercado. No se trata de cortar caminos, sino de buscar el camino más eficiente.
Emprender no debería convertirse en un proceso interminable ni en una búsqueda de la perfección absoluta. El verdadero valor del emprendimiento reside en la capacidad de avanzar y aprender en el camino. Al final, el destino no es necesariamente una catedral majestuosa, sino un negocio exitoso y en constante evolución. Es el emprendedor quien decide si su proyecto será una “catedral” que consume años, o algo más ágil y adaptable que puede ajustarse a las demandas del mercado, una “pequeña casa acogedora”. Buscar el camino más corto y eficaz no es renunciar a la calidad, sino aprender a llegar al mismo destino de manera más rápida e inteligente.
Porque al final, la catedral puede esperar, pero el mercado no.